
El fútbol es el más universal de los deportes. En ocasiones vemos jugar a nuestro equipo favorito; en otras, nos conformamos con ver lo que trasmite la televisión, aunque no tengamos preferencia entre los contendientes. Y como si no pudiéramos evitarlo, enseguida nuestra mente trata de predecir el resultado del partido. Sin embargo, la racionalidad nos puede jugar una mala pasada y disminuir las probabilidades de que acertemos en nuestros pronósticos.
Menos empates de los esperados
Pongámoslo en contexto. Tomémonos un tiempo para analizar la siguiente situación: se enfrentan dos equipos en cualquier torneo con la misma cantidad de puntos, ¿qué resultado esperaríamos? En una investigación, el 68,2 % de los encuestados consideró que ambos rivales debían empatar. Es un resultado aparentemente racional si seguimos esta lógica: a equipos igualados en puntos, el resultado más probable es el empate. ¡Eureka!
Sin embargo, según un estudio basado en datos de la Liga Española hasta 2010, de un total de 14 937 partidos analizados, solo 3 994 (26,7 %) habían terminado en tablas. En otra pesquisarealizada con resultados de las Copas del Mundo –también hasta 2010–, los resultados más frecuentes fueron 1-0 (18.8 %), 2-1 (14.5 %), 2-0 (11 %) y 1-1 (9,8 %). Obviamente, las victorias son más habituales que los empates en este deporte. La estadística no está allí por gusto.
En la primera investigación, también se les preguntó a los participantes qué ocurriría si esos equipos igualados en la tabla hubieran tenido distintas trayectorias para sumar sus puntos (nueve). En ese supuesto, un equipo habría cosechado tres victorias y dos derrotas, mientras que el otro no habría perdido, ganando en dos ocasiones y empatando en tres.
Artículo completo en The Conversation
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