Antes de YouTube, antes de TikTok, incluso antes de los DVDs grabables, hubo una época en la que grabar momentos familiares o pequeños cortos requería cinta magnética, una cámara grande al hombro y cierta habilidad para no desenfocar todo. Esta es la historia de los vídeos caseros y su impacto en la cultura audiovisual de los años 80 y 90.

Durante los años 80 y buena parte de los 90, tener una cámara de vídeo en casa era símbolo de modernidad. Las famosas cámaras VHS o Video8, con sus cuerpos voluminosos, comenzaron a democratizar el acto de grabar, permitiendo que muchas familias pudieran conservar recuerdos en movimiento por primera vez. Nacía así el fenómeno de los vídeos caseros, una tendencia que marcaría la cultura popular durante más de una década.

En aquellos años, los cumpleaños, las vacaciones, las bodas e incluso escenas cotidianas como abrir regalos en Navidad empezaron a documentarse con estas cámaras que requerían cintas físicas. Editar era casi imposible en casa, lo que hacía que los vídeos conservaran una autenticidad absoluta: cortes abruptos, zooms accidentales, risas espontáneas o comentarios que hoy consideramos casi piezas arqueológicas de lo íntimo.

Pero no solo las familias aprovecharon esta tecnología. Muchos adolescentes y aficionados al cine comenzaron a experimentar con sus primeras historias, grabando películas caseras, parodias o reportajes con amigos del barrio. Era una escuela de cine improvisada, previa a la revolución digital.

La televisión también se sumó al fenómeno. Programas como “Vídeos de primera” o “America’s Funniest Home Videos” capitalizaron ese archivo casero global, mostrando al mundo caídas, bromas y momentos curiosos que se grababan sin ninguna intención de hacerse virales, pero que generaban empatía por su espontaneidad.

Hoy en día, esos vídeos han envejecido con encanto. Muchos han sido digitalizados, compartidos en redes sociales o subidos a YouTube como cápsulas del tiempo. Algunos incluso se usan en documentales o se reinterpretan desde lo artístico, como una estética que vuelve a estar de moda.

Las cámaras de vídeo de entonces no grababan en HD, no tenían filtros ni estabilizador, pero tenían algo que muchos echan de menos: una mirada sincera sobre lo cotidiano, sin guion, sin pretensión y sin la presión del “me gusta”.

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