O por qué tener una mente inquieta a cualquier edad es sinónimo de progreso.

No hay que perder el espíritu inquieto.
Según vas quemando etapas en la vida te das cuenta de que lo que considerabas importante ha ido variando con el tiempo. Las prioridades cambian, al igual que cambiamos nosotros y nuestro entorno. En la adolescencia te enfocas más en el yo, el ahora y lo actual o “moderno”. En la madurez te centras en conseguir cosas y adquirir un estatus, ahí ya importa menos estar a la última pero tampoco te quieres quedar atrás. Y según te vas haciendo realmente mayor (en edad), comienzas a acomodarte porque lo que mas te interesa es mantener lo que has logrado hasta entonces.
Es aquí cuando llegan los problemas. Suele ser muy frecuente dejar de lado la curiosidad por lo nuevo, lo actual y moderno, para sustituirla por la comodidad en lo conocido. Corres riesgos es algo casi inherente a la juventud, por eso de la inexperiencia en la vida y porque resulta hasta divertido buscar los límites de uno mismo y del mundo que nos rodea. Pero ese chute de adrenalina que nos produce el vivir cerca del peligro cuando somos jóvenes, desaparece a medida que vamos asumiendo responsabilidades.
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